martes, 29 de abril de 2008

Un poema de Luis Felipe Vivanco

Luis Felipe Vivanco (1907-1975) es un escritor injustamente olvidado de nuestra memoria literaria. Su centenario tuvo lugar el pasado año, y apenas halló algún débil eco en los medios de comunicación. Era un poeta fino, de delicado deje melancólico, que fue preterido por razones políticas. Nacido en San Lorenzo de El Escorial, estudió Arquitectura y Filosofía y Letras en Madrid. La República supuso para él su gran oportunidad creativa: estrechó lazos con Rafael Alberti, Pablo Neruda, Juan Panero y Luis Rosales. Publicó poemas vanguardistas que nunca abdicaron del todo de ese ritmo de silencio que le es caracterísitico. Dio a conocer sus textos en la revista literaria Cruz y Raya. Al estallar la guerra, pese a su declarado republicanismo, determinadas circunstancias familiares lo situaron en el lado franquista. Sus poemas de la etapa republicana solo vieron la luz en 1958, en Memoria de la plata, uno de los poemarios más recomendables de la postguerra española. Publica en la revista Escorial junto a otros miembros de su generación, la del 36, como Luis Rosales o Dionisio Ridruejo. Su creación poética se caracteriza por un tono intimista y cercano al lector, pero también espiritual y trascendente, como podremos ver en el texto que presento a continuacion.


PENSAMIENTO DE OTOÑO

Aún quedan viejas tapias en el mundo.
(Sabemos que morir no es estar muertos.)
Aún quedan en el alto acantilado
flores de brezo.

Sabemos al morir que nuestros pasos
cansados no querían ir tan lejos.
(Aún queda esa colina bronceada
de helechos secos.)

La entraña del pinar es sombra pura.
Rayos de un sol de otoño velan, trémulos,
su orilla de vivientes florecillas
y húmedo suelo.

Rayos de un sol de otoño, nuestros pasos
no nos quieren llevar fuera del tiempo.
Morir -o huido barco entre las olas-
no es estar muertos.



Idilio otoñal, John Atkinson Grimshaw (1885)


El poema plantea un tema interesante: la delicada sensibilidad del poeta intuye la frágil pervivencia del alma tras la muerte, pero esta realidad trascendente, lejos de consolarlo, lo induce a vivir aún más intensamente esta vida: la del lado de acá, en una suerte de moderno carpe diem. Los símbolos de muerte se agolpan por todo el poema ("viejas tapias", "acantilado", "helechos secos", "huido barco entre las olas") además de aparecer su referencia explícita ("morir", "muertos" repetidos simétricamente en la primera y última estrofa). Sin embargo, si leemos con más detenimiento, veremos que en la primera mitad del poema (estrofas 1 y 2), tenemos imágenes bullentes de vida enlazadas a las anteriores: el "alto acantilado" está cubierto de tímidas "flores de brezo" y los "helechos secos" dormitan en una "colina bronceada" por los rayos del sol. El poeta ha desempañado de vaho la ventana que lo comunica con el otro lado de la existencia: sabe "que morir no es estar muertos", pero sigue aferrándose dolorosamente a la vida: "nuestros pasos // cansados no querían ir tan lejos". El matiz cobra mayor importancia en un poeta de firmes creencias católicas en aquella España oscura.

Octubre, James Jacques-Joseph Tissot (1877)

En la segunda parte del texto (estrofas 3 y 4) el poeta entrevé esa realidad trascendente, metaforizada en la imagen "la entraña del pinar es sombra pura", velada por desvaídos rayos otoñales. Este otoño, con su lánguida decadencia, con su sopor, es una sombra que recorre todo el poema, dotándolo de intensos valores simbólicos.


Pero el poeta rehúye esa visión que lo tienta y decide no arredrarse y enderezar el rumbo de sus pasos, que "no nos quieren llevar fuera del tiempo". No puede ser más claro: nuestro autor rechaza esa vida más allá de la vida, y alaba los gozos, precarios pero seguros, de nuestra existencia.

Huérfano, James Jacques-Joseph Tissot (1879)

1 comentario:

Unknown dijo...

La oscuridad es Otro Sol Felicidades !!! han logrado una exquisita combinación texto-imagen que aviva es como el arte de soplar las brazas. Mauricio de México