lunes, 7 de abril de 2008

Burne-Jones y Olvido García Valdés: un diálogo intertextual

Quiero comenzar mi blog haciendo un pequeño análisis comparativo entre una obra maestra pictórica del Prerrafaelismo y un recreación poética contemporánea. Se trata de la obra El rey Cophetua y la muchacha mendiga (1884) de Edward Burne-Jones, y la singular evocación lírica del mismo nombre que incluyó la poetisa asturiana Olvido García Valdés en su libro Exposición (1979).


Veamos en primer lugar las dos obras una junto a otra:


Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.


La leyenda del rey Cophetua hunde sus raíces en el magma del folclore del pueblo británico, hasta el punto de que no es posible precisar sus orígenes. La primera constancia escrita que tenemos de ella es Shakespeare, quien en varias de sus obras alude a ella (Los trabajos de amor perdidos, Romeo y Julieta, Enrique IV). Más recientemente, el tema ha sido tratado por el poeta Alfred Tennyson (The Beggar Maid, 1842), por el autor decadente austriaco Hugo von Hofmannsthal (Konig Cophetua) y por Ezra Pound (Hugh Selwyn Mauberley, 1920).





















Alfred Tennyson (1809-1892) y Hugo von Hoffmansthal (1874-1929)


Precisamente The beggar maid es el texto que fecunda directamente la pintura que nos ocupa En efecto, Burne-Jones se nutre de ese poema para gestar su Rey Cophetua. Podemos recordar aquí que gran parte de la obra de Tennyson está inspirada en temas mitológicos y medievales, y que su poesía se caracteriza tanto por su marcada musicalidad como por las finas evocaciones psicológicas de sus personajes, rasgos todos que compartirá con los prerrafaelistas.

La anécdota recogida en la obra es la siguiente: el legendario rey Cophetua, de reconocida misoginia, queda hechizado al conocer a una harapienta mendiga de pies descalzos, de la que se enamora perdidamente, momento que recoge el lienzo.

Podemos señalar en el lienzo el marcado cromatismo de negros enmarcados en oros, de fácil explicación. Los oros recogen tanto la tradición tardía bizantinizante de algunos maestros del primer Quattrocento (v.gr. Fray Angélico) en los que se inspiran directamente los prerrafaelistas, como el contexto cortesano en el que tiene lugar la escena. La armadura negra del rey alude al estado de oscuridad emocional del monarca, del mismo modo que los tonos grises de la mendiga reflejan su pobreza. El tono nacarado de la piel de la chica, casi brillante, parece mostrar la esperanza que se abre desde este momento en sus vidas. Los rojos del vestido del joven cortesano del balcón superior, junto a la lanza de la derecha, proponen un contrapunto cromático con el que realzar la escena principal.

Los rostros de los jóvenes de la balaustrada responden a los cánones estéticos del Quattrocento, mientras que el de la chica permite acaso otra filiación. Su mirada altamente espiritualizada podría entroncar con la pintura idealista del momento.

La estructura en zigzag de la composición (Cophetua-mendiga-cortesanos) busca la armonía de la construcción, pero también busca dejar en un lugar preferente a la mujer. Cortesanos y rey posan su mirada en la joven, pero ella, como ausente, dirige su mirada al espectador y más allá de él, como indicándonos que su reino no es de este mundo.

Volvamos nuestra mirada al texto de García Valdés. Frente a la visión poliédrica del pintor, nuestra poetisa parece desentenderse del entorno cortesano circundante y focalizarse únicamente en el encuentro de las dos miradas, no convergentes entre sí, para realzar el componente romántico del encuentro. No podemos pasar por alto la rica simbología que usa la escritora: las "cigüeñas" han sido siempre el símbolo del viajero (recordemos el "viaje" que ha llevado a cabo Cophetua hasta encontrar a la joven que cambiará su vida), las "campanillas azules" remiten a la búsqueda del imposible (v.gr. "la flor azul de Novalis"), y finalmente la "esfera de cristal" es símbolo de totalidad e infinito, al que parecen dirigirse desde este instante nuestros afortunados protagonistas.




1 comentario:

Tiempo dijo...

Ante todo, enhorabuena por tu magnífico Blog.
Es un placer inagurar esta sección de comentarios. Si es posible, me gustaría que algún día hagas un análisis de uno de mis cuadros prerrafaelistas favoritos: 'La vigilia de la Valquiria' de Edward Robert Hugues.
Muchas gracias y ánimo con el Blog!